La idea que la mayoría de la gente tiene del terrorismo es que este
consiste en poner bombas y tirotear personas. El terrorismo es a veces
eso, pero no sólo eso. Aunque no existe una definición comúnmente
aceptada de terrorismo,1
lo cierto es que constituye un fenómeno que presenta una serie de
elementos característicos. De entre estos elementos, el que quizás lo
define mejor es que el terrorismo busca de forma deliberada crear terror
en sus víctimas por un motivo de carácter político, para lo que se vale
del uso de la violencia o la amenaza creíble de utilizarla contra
personas y objetos, todo ello para conseguir un cambio en la conducta de
la población o de los gobernantes que permita la realización de los
objetivos de quienes protagonizan los actos terroristas.2
Por otro lado, suele asociarse el terrorismo con grupos insurgentes
que desarrollan acciones violentas de diferente naturaleza, tanto contra
objetivos institucionales como civiles. Sin embargo, esto no deja de
ser una visión limitada del terrorismo. Aunque es cierto que el
terrorismo implica un tipo de violencia política específica, esta no se
circunscribe a actores no estatales que desarrollan alguna forma de
insurgencia. En lo que a esto respecta, la violencia terrorista es una
forma de guerra irregular en la que pueden participar tanto actores no
estatales, a veces con el apoyo de algún Estado, como actores
propiamente estatales, normalmente de manera encubierta, que utilizan
métodos no convencionales de violencia para contrarrestar las
capacidades tradicionales de un oponente con el objetivo de erosionar su
poder, influencia y voluntad.3
Así pues, el terrorismo abarca varios elementos constitutivos que son
la violencia en el marco de una confrontación que puede catalogarse
como guerra irregular; los blancos de esa violencia—personas y objetos;
los objetivos de naturaleza política que pretenden alcanzarse a través
de la violencia o de las amenazas creíbles de su uso; y la audiencia a
la que van dirigidas esas acciones con la finalidad de afectar a su
estado de ánimo.4
Este último elemento es particularmente característico del fenómeno
terrorista, pues el mismo concepto hace referencia al terror como
principal consecuencia de las acciones de los grupos terroristas.
Aunque
las prácticas terroristas se retrotraen a la Antigüedad, los
antecedentes modernos más inmediatos del terrorismo se encuentran en la
revolución francesa. Durante este periodo tuvo lugar el llamado régimen
del terror entre 1793 y 1794 que consistió en el uso sistemático de la
violencia para eliminar físicamente a los opositores y disidentes del
gobierno revolucionario, así como para infundir terror en la población.
Lo significativo de todo esto, además del uso del terror con fines
políticos a una escala masiva para amedrentar a oponentes y al público
en general, es que el terrorismo constituyó una práctica institucional
en la Francia revolucionaria impulsada por sus dirigentes, y no el
resultado de acciones de grupos terroristas en la sociedad.
El terrorismo, a través de la violencia o de amenazas creíbles de su
uso, persigue crear un miedo intenso sobre una determinada audiencia
para conseguir sus objetivos políticos. Esta práctica es adoptada por
grupos específicos que operan dentro de la sociedad, pero también por
regímenes políticos de la más diversa naturaleza. De este modo, el
terror se convierte en un instrumento político, en un arma psicológica
en el marco de unas operaciones propias de una guerra irregular. Así, el
presente artículo se propone examinar el fenómeno terrorista, y
concretamente el uso político del miedo en el contexto actual del debate
en torno a la inmigración. El texto se centra en el uso del terror por
las democracias, y el papel que el terror desempeña en la acción
política de grupos extremistas, tal y como sucede con grupos e
individualidades neonazis y de extrema derecha, como con colectivos
rojipardos o fascistas rojos como los demofascistas españoles
organizados en la Revolución Integral (RI).5
Democracia y terrorismo
El debate sobre la inmigración ha adquirido un carácter inédito en
los últimos años, al menos si se presta atención a la aparición de
opciones políticas que abogan abiertamente por deportar a una cantidad
ingente de inmigrantes, tal y como sucede con Donald Trump en EE.UU. En
este sentido, el discurso público refleja una radicalización de las
sociedades democráticas y sus sistemas políticos al virar hacia posturas
en las que el terror se ha establecido como instrumento político contra
los inmigrantes, al mismo tiempo que se aboga por medidas drásticas
contra amplios segmentos de la población extranjera. Se trata de un
fenómeno que es nuevo para las generaciones actuales, pero que ya tiene
sus antecedentes.
La administración de Dwight Eisenhower ya puso en marcha en la década
de 1950 la conocida como “Operation Wetback”, que consistió en un
programa de deportación de inmigrantes implementado por el entonces
fiscal general de EE.UU. Herbert Brownell. Este programa utilizó
tácticas de tipo militar para expulsar a los inmigrantes mexicanos
asentados en EE.UU., algunos de ellos con la ciudadanía estadounidense.
Se trataba en su mayor parte de inmigrantes legales que se adhirieron a
los programas migratorios de la primera mitad del s. XX—como el “Bracero
Program”, que era un acuerdo entre los gobiernos de EE.UU. y México—,6
especialmente durante la Segunda Guerra Mundial para sostener la
economía de guerra en un contexto en el que gran parte de la mano de
obra local había sido reclutada por el ejército y desplazada fuera de
EE.UU. a los teatros bélicos del Pacífico, Europa y África. Los
trabajadores mexicanos suplieron esa escasez de mano de obra en el
mercado estadounidense.
Tras el fin de la guerra y el licenciamiento de las tropas
estadounidenses, la economía de EE.UU. no podía absorber la
reincorporación de los veteranos de guerra al mercado de trabajo, por lo
que la expulsión de los mexicanos se convirtió en una necesidad
imperiosa para mantener la estabilidad social y económica del país. En
estas condiciones es en la que se lanzó la operación antes mencionada
previa solicitud del gobierno de México debido a su preocupación por las
entradas ilegales de trabajadores mexicanos en territorio
estadounidense. Así es como se combinaron unas condiciones
socioeconómicas extraordinarias derivadas del final de la Segunda Guerra
Mundial, y el papel de la inmigración irregular en la frontera entre
México y EE.UU. que fue motivo de preocupación a ambos lados de Río
Grande.7
La operación ejecutada por el gobierno de EE.UU. deportó a una
cantidad notable, aunque no determinada, de mexicanos. Sin embargo, la
mayor parte de los que dejaron el país, quizá en torno a un millón en
total, lo hicieron por su propio pie debido a la campaña mediática de
intimidación que se implantó en la sociedad estadounidense, así como el
clima de hostilidad proyectado por las propias autoridades federales. El
gobierno se valió de la propaganda con la publicación de un informe en
el que acusaba a los inmigrantes, sin prueba alguna, de ser los
responsables de muchos de los problemas económicos del país. Los
trabajadores mexicanos fueron acusados de robar empleos a los
estadounidenses y de traer consigo la muerte y la enfermedad al país de
acogida.8
Asimismo, la presencia de inmigrantes fue presentada como una invasión,
además de ser asociada con la infiltración de comunistas a través de la
frontera sur. Sin duda, se trata de una dialéctica muy parecida a la
utilizada por Donald Trump en nuestros días.
Si algo caracterizó la campaña de Eisenhower fue su esfuerzo para
difundir el plan del gobierno en relación con los inmigrantes. El
objetivo, según los historiadores, era una ofensiva de relaciones
públicas para presionar a los inmigrantes que se encontraban ilegalmente
en el país a huir en lugar de arriesgarse a que sus familias fueran
capturadas en redadas sorpresa. Algunos historiadores afirman que
podrían haber abandonado voluntariamente EE.UU. el doble de inmigrantes
de los que fueron deportados. La cuestión en todo esto es que se utilizó
el miedo para infundir terror entre los trabajadores mexicanos quienes,
al comprobar la atmósfera cada vez más hostil que estaba generándose en
torno a ellos, optaron por irse de EE.UU. ante el temor de ser
deportados.9
La política de la administración Trump en materia migratoria está
recurriendo a prácticas similares a las de la administración Eisenhower,
algo que ya fue avanzado por el propio Trump durante la campaña
electoral cada vez que abordaba la cuestión de la inmigración. La
dialéctica hostil, al acusar a los inmigrantes de ser criminales y de
manchar la sangre de los americanos, y sus intenciones de deportar a al
menos 11 millones de foráneos que se cree que pueden estar residiendo de
manera irregular en EE.UU., forman parte de una estrategia mediática
dirigida a aterrorizar a la población inmigrante. Esto es especialmente
claro en relación con los intentos del gobierno federal de poner fin a
los denominados santuarios de inmigrantes, es decir, aquellos lugares en
los que la jurisdicción local favorece de algún modo la presencia de
inmigrantes y donde no se aplican por parte de las autoridades locales
las órdenes federales en materia migratoria. Las amenazas de la
administración federal y, en general, la determinación de las
autoridades de deportar a la mayor cantidad de inmigrantes posible hizo
que el miedo se extendiese entre los inmigrantes en Chicago, hasta el
punto de que optaron por no salir de sus casas.10
Indudablemente, el terror como instrumento político responde a la
voluntad de los dirigentes estadounidenses de crear una atmósfera social
y política hostil hacia los inmigrantes. Por medio de una imagen de
fuerza y determinación, el gobierno de EE.UU. no sólo busca que los
inmigrantes se vayan por su propio pie, sino que intenta disuadir la
llegada de nuevos inmigrantes, especialmente irregulares. De esta forma,
se trata de presentar un escenario sumamente adverso para los
inmigrantes que les haga reconsiderar la entrada en el país. En
cualquier caso, esto demuestra que el terror constituye una herramienta
de la práctica política institucional de las democracias, y que no es
exclusiva de los regímenes dictatoriales o totalitarios en los que suele
hacerse un uso extensivo de la violencia para alcanzar los objetivos
del Estado, lo que incluye diferentes prácticas dirigidas a infundir
miedo en la población a través de propaganda, persecuciones, etc.
Así pues, el uso del terror es algo también presente en los regímenes
democráticos, al igual que el terrorismo. No hay que olvidar el
terrorismo de Estado practicado por la democracia española a través de
los GAL, y que estuvo dirigido a aterrorizar a la disidencia política
vasca y sus aledaños ideológicos. En este caso, el Estado español
recurrió a procedimientos criminales para neutralizar no sólo a ETA,
sino también para amedrentar a los integrantes del MLNV en un contexto
social y político de particular agitación como el de la década de 1980.
Sin embargo, las democracias estadounidense y española no son las
únicas, como lo demuestra el caso de Italia durante los años de plomo y
la estrategia de la tensión, con la participación de los servicios
secretos italianos en la comisión de atentados de diferente naturaleza
con la finalidad de crear pánico en la población e instalar una
atmósfera en la que la opinión pública reclamase la instauración de un
gobierno fuerte.
Si las democracias son, como así lo han demostrado,
capaces de recurrir al terror para conseguir sus propios objetivos, no
sólo deja en evidencia al mismo tiempo la hipocresía de estos regímenes
que no dudan en arrogarse una superioridad moral que carecen, sino
también su carácter tiránico y despiadado cuando las condiciones
políticas así lo requieren. Por tanto, ¿qué cabe esperar de sus más
acérrimos partidarios que aspiran a instaurar una democracia totalitaria
fundada en la tiranía de la mayoría y que, además, son abiertamente
hostiles hacia los inmigrantes?11 Eso es lo que se aborda a continuación.
Demofascismo y terrorismo
Los demofascistas identifican el “demos” con el “etnos”, es decir, en
la comunidad política que aspiran a instaurar sus miembros lo serían en
virtud de su común pertenencia étnica: los genes blancos europeos. Todo
esto está ligado al etnonacionalismo que profesan, y que implica un
discurso hostil hacia los inmigrantes al considerarlos una amenaza
existencial para los europeos blancos. De hecho, los inmigrantes son un
instrumento crucial para la consumación del genocidio blanco, teoría
conspiracionista adoptada por los nazis y desarrollada por los
supremacistas blancos estadounidenses, la cual ha encontrado su
reformulación en la teoría del gran reemplazo o sustitución étnica de
Renaud Camus, intelectual francés de extrema derecha. Los demofascistas
hacen suya esta teoría y abogan abiertamente por expulsar a todos los
inmigrantes del continente europeo para llevar a cabo así una limpieza
étnica de dimensiones colosales.12
Como ya se ha explicado en otra parte,13
esa limpieza étnica que pretenden realizar los demofascistas conduciría
irremisiblemente a una guerra racial en la que el uniforme de los
combatientes sería el color de su piel. De hecho, los demofascistas
ponen de ejemplo los disturbios desatados en Dublín y Reino Unido en
2023 y 2024 respectivamente, de modo que constituyen un ejemplo a seguir
que, según su interpretación de lo acontecido en estos lugares,
confirma su estrategia. Esto conduce a los demofascistas a exaltar la
violencia contra los inmigrantes y a hacer llamamientos abiertos hacia
la comisión de actos violentos contra este colectivo y contra los que se
oponen a sus objetivos políticos, o que prestan algún tipo de ayuda o
colaboración a los inmigrantes.
Dada la estrategia violenta que los demofascistas han adoptado, han
comenzado a recurrir al arma típica en este tipo de situaciones, que no
es otra que el terror. Sin embargo, antes de continuar, es necesario
aclarar la íntima conexión que existe entre las ideas y objetivos de los
demofascistas—cuyo sustrato ideológico subyacente tiene su origen en el
nazismo y los círculos de la extrema derecha—y la estrategia violenta
que pregonan. De esta forma, se pretende aclarar cómo las ideas que
defienden son coherentes con los medios que plantean adoptar para su
materialización, para lo que van a examinarse algunos ejemplos que
confirman este extremo y las consecuencias que puede acarrear la
adopción del terror como arma política de su estrategia.
Un caso bastante claro que refleja a dónde conducen las ideas que
pregonan los demofascistas es el del terrorista neonazi noruego Anders
Behring Breivik, quien en 2011 protagonizó una serie de ataques en los
que asesinó a 8 personas al detonar una furgoneta en Oslo para,
posteriormente, matar a 69 personas que participaban en un campamento de
verano en Utøya. Este individuo publicó un manifiesto en el que
describía su ideología política, la cual incluye la deportación de todos
los musulmanes en Europa. Al igual que los demofascistas, Breivik asume
la teoría de la conspiración de Eurabia, según la cual existe un plan
secreto para islamizar el continente europeo. Las acciones de Breivik
tenían como objetivo, por un lado, dar a conocer su manifiesto e ideas, y
por otro, infundir el terror entre quienes considera enemigos de su
causa. En cualquier caso, Breivik confirma la conexión directa entre sus
ideas políticas y sus acciones terroristas, siendo el terror un
instrumento político para promover su causa. Todo esto refleja hasta
dónde pueden conducir ciertas posiciones políticas extremistas.
Junto al caso de Breivik hay otros aún más explícitos en relación con
las ideas que indujeron a sus protagonistas a desencadenar diferentes
atentados terroristas. Ideas que, una vez más, hay que recordar que son
exactamente las mismas que defienden los demofascistas. Esto es lo
ocurrido con el neonazi y supremacista blanco estadounidense Dylann
Roof, quien asesinó a 9 personas afroamericanas en la iglesia metodista
episcopal de Charleston, en Carolina del Sur, en junio de 2015. Su autor
fue impulsado a cometer este atentado motivado por la creencia de que
existe un genocidio blanco en marcha, y que los negros pretenden dominar
el mundo.14
Con su acción, Roof pretendía iniciar una guerra racial como
procedimiento necesario con el que garantizar la continuidad de la raza
blanca.15
No hay que olvidar que los demofascistas también creen que existe un
complot de los negros con los “poderes planetarios” para dominar el
mundo, y que también hay un genocidio blanco en curso que exige expulsar
a todos los inmigrantes del suelo europeo,16
lo que constituye una limpieza étnica masiva que sería llevada a cabo
por medio de una guerra racial al instigar la violencia contra todos los
que no son blancos europeos.17
En otro lugar se encuentra el caso del neonazi australiano Brenton
Harrison Tarrant, quien asesinó a 51 personas e hirió a otras 49 en el
asalto a la mezquita de Christchurch en Nueva Zelanda en marzo de 2019.
En este caso, Tarrant no sólo elogió a Breivik y sus ideas como fuente
de inspiración,18 sino que, además de esto, redactó su propio manifiesto, titulado The Great Replacement,
en el que expone sus creencias políticas. Entre las principales ideas
que articulan la narrativa ideológica de Tarrant se encuentra la teoría
del gran reemplazo y el genocidio blanco. Tarrant aboga en su manifiesto
por la expulsión de todos los inmigrantes que pueblan territorio
europeo al considerarlos unos invasores. A esto se suman sus ideas
contra los musulmanes con los que estaba obsesionado a raíz de los
atentados protagonizados por islamistas, además de su afinidad a las
ideas de Breivik sobre esta cuestión, todo lo cual le condujo a cometer
la matanza de la mezquita de Christchurch.19
Estas son, en definitiva, las mismas ideas que sostienen los
demofascistas españoles, y que se encuentran recogidas en su propaganda.20
En otro lugar está el caso de Patrick Crusius, responsable del
tiroteo en un supermercado en El Paso en agosto de 2019, en el que
asesinó a 23 personas e hirió a otras 22. Crusius publicó un manifiesto
en internet titulado The Inconvenient Truth en el que, además
de mostrar su apoyo a Tarrant, aludía a la teoría del gran reemplazo de
Camus en relación con la presencia de población hispana en Texas.21
La narrativa de Crusius sigue la misma lógica que la mencionada teoría
conspirativa: los hispanos son unos invasores que amenazan gravemente a
la población blanca local, lo que significa, en definitiva, el reemplazo
de un grupo racial—los blancos—por otro, hispanos, pero también negros,
etc. Desde el punto de vista de Crusius, el tiroteo no fue otra cosa
que un “incentivo” para que los hispanos abandonen el país, lo que está
ligado, como se ha explicado antes, a la limpieza étnica como objetivo,
de cara a crear una comunidad étnicamente homogénea, y a la guerra
racial como instrumento para conseguir dicho fin. En suma, el uso del
terror como medio político para intimidar a quienes se consideran
enemigos para, de este modo, forzar su huida del país.
Tal y como se puede comprobar a partir de los casos anteriores, una
serie de ideas articuladas en una narrativa conspiracionista que plantea
como objetivo la construcción de una comunidad política étnicamente
homogénea, empuja a sus adherentes a cometer actos de terror en los que
este es instrumentalizado políticamente para conseguir sus objetivos
últimos. La guerra racial es en todo esto un medio válido para conseguir
ese objetivo final de limpieza étnica para poder garantizar la
supervivencia de los blancos frente al genocidio y exterminio al que
están siendo sometidos debido a la invasión de otras razas, el mestizaje
y el declive de la natalidad.
Los demofascistas españoles no sólo comparten las ideas de los
asesinos de masas antes mencionados—genocidio blanco, teoría del gran
reemplazo y teoría de la islamización—, sino que también comparten sus
métodos. Esto es así en la medida en que llevan a cabo una exaltación
explícita de la violencia contra los inmigrantes, y la justifican como
un medio legítimo para garantizar la supervivencia de los blancos
europeos frente a la invasión de otras razas. Los demofascistas lo
expresan claramente al señalar que las oleadas de violencia que se
desataron en Irlanda y Reino Unido en 2023 y 2024 respectivamente son el
camino a seguir: “Con once coches de policía incendiados, residencias
de emigrantes en llamas, buena parte de las calles de la ciudad ardiendo
y cerca de un centenar de detenidos, Dublín marca el camino”.22
Lo acontecido en Dublín “es el comienzo de la batalla en las calles de
las ciudades y pueblos de Europa por su continuidad étnica, cultural y
lingüística, así como por su supervivencia física”.23
La retórica demofascista no puede ser más incendiaria y explícita al
hacer llamamientos directos al uso de la violencia contra los
inmigrantes para expulsarlos de Europa. Su línea de acción es “tirarse a
la calle con el máximo de energía (hemos de ser combatientes, no
manifestantes) en cuanto los musulmanes fascistas perpetren un nuevo
crimen, o cuando haya traídas masivas de emigrantes, etc.”24
De este modo, lo acontecido en lugares como Dublín legitima tanto su
programa político al mismo tiempo que valida su estrategia política:
“Tomar como ejemplo a seguir el gran alzamiento en pro de la continuidad
de las etnias europeos realizado por el pueblo de Dublín en noviembre
de 2023, saliendo a la calle a combatir y pelear, cuando algún europeo
sea asesinado por musulmanes fascistas, en el caso de avalanchas fuerte
de emigrantes, cuando algún gran canalla institucional defienda en
público el acto genocida migratorio, etc.”25
Así, se anima a “constituir por todas partes grupos de autodefensa,
para la supervivencia de las etnias y los pueblos de Europa”.26
Los demofascistas demuestran la existencia de una relación directa
entre sus ideas políticas y las líneas de acción que plantean para
materializarlas, las cuales son coincidentes en todo lo esencial con las
de los terroristas mencionados anteriormente. La diferencia es que los
demofascistas no abogan por acciones individuales como las de Breivik,
Tarrant, Roof y Crusius, sino que plantean una insurrección popular que
desencadene una guerra racial. Indudablemente, las acciones violentas
que pretenden llevar a cabo en cuanto dispongan de las capacidades
necesarias y se presente la ocasión adecuada no pueden desligarse de los
efectos psicológicos que llevan aparejadas. En lo más fundamental su
estrategia consiste en aterrorizar a los inmigrantes para forzar su
expulsión de suelo europeo. Un terror que se pretende utilizar por medio
de la violencia y de toda clase de intimidaciones, lo que es, además,
extensible a quienes se presten a colaborar de alguna manera con los
inmigrantes y, por tanto, a ser cómplices del genocidio blanco. En este
sentido, los demofascistas plantean una estrategia colectiva del terror,
protagonizada por las masas organizadas en grupos violentos, en lugar
de individualidades concretas desatando su furia en acciones puntuales,
aunque muy impactantes. Por esta razón, la estrategia demofascista es
aún más peligrosa si cabe, pues consiste en un proceso de movilización
de la población que se retroalimentaría a sí mismo, y que propone un
nivel de sistematicidad mucho más elaborado que el que puede esperarse
de meras acciones individuales. El gran escollo para algo así es la
falta de adherentes y, sobre todo, el rechazo que suscitan tan
aberrantes ideas.
Ciertamente, los demofascistas aún no disponen de las capacidades
para desatar una oleada de actos de terror como les gustaría, sin
embargo, hacen todo lo posible por instigar la violencia contra los
inmigrantes y sus detractores, pues estos últimos son considerados
colaboradores de los extranjeros y, por tanto, unos traidores. Además de
instigar la violencia—y el odio que lleva aparejada al demonizar
constantemente a los inmigrantes a lo largo de su discurso, incluyendo
insultos muy gruesos—buscan generar un clima de miedo a través de la
intimidación. En lo que a esto se refiere, el anuncio de confeccionar
listas negras para, posteriormente, linchar a sus opositores es bastante
obvio: “Por eso conviene confeccionar una relación de racistas
exterminacionistas activos en los territorios sometidos al Estado
español, para investigarlos uno a uno, sean personas o grupos, con el
fin de publicar los resultados, para que sean las clases populares las
que se encarguen de hacer frente a sus verdugos”.27
Queda bastante claro que los demofascistas están dispuestos a lanzar
una caza de brujas contra todos aquellos a los que consideran
responsables del genocidio blanco, lo que incluye una extensa y variada
cantidad de personas y grupos que discrepan de su ideario genocida y
exterminacionista de perpetrar una limpieza étnica a escala continental.
Así pues, las amenazas y coacciones forman parte de su estrategia de
terror con la que pretenden lograr sus objetivos ideológicos de
establecer una Europa blanca y genéticamente limpia y pura de toda
mácula extranjera. “Crear un Registro de Racistas Antiblancos,
Neonegreros y Genocidas en Euskal Herria, así como en el resto de la
península Ibérica y Europa, en el que incluir a quienes defienden y
preconizan el genocidio vasco y europeo so capa de “luchar contra el
racismo”. (…) Se debe exigir a los que estén en tal Registro, personas o
colectivos, responsabilidades políticas, morales y jurídicas, éstas
últimas por apología del genocidio”.28
Las tácticas de acción política que los demofascistas preconizan son
las mismas que las empleadas en el pasado por los movimientos
totalitarios—nazis, fascistas, bolcheviques, jemeres rojos, etc. Listas
negras, señalamientos públicos, acoso y derribo, linchamientos y
destierro o deportación. El miedo en la forma de terror instigado por
amenazas del uso de la violencia, y una serie de prácticas chantajistas
para doblegar a sus víctimas, forma parte inherente de un programa
dirigido a eliminar todo tipo de oposición para, de esta forma,
facilitar el logro de sus objetivos políticos. Los demofascistas hacen
llamamientos abiertos a utilizar la violencia, y en este sentido no
dudan en incitar a otros a que la apliquen contra sus opositores y los
que son convertidos en el blanco político de sus amenazas so pretexto de
ser un chivo expiatorio de los males de la sociedad, especialmente de
aquel que pone en peligro su existencia misma, es decir, el genocidio
blanco. “Si no hay una insurrección popular contra este genocidio y
contra quienes la alientan y justifican, en unos pocos decenios ya no
podrá construirse la Europa de los pueblos porque no quedará ningún
pueblo en Europa…”.29
Por tanto, y a tenor de este tipo de declaraciones, la campaña de
terror de los demofascistas contempla una insurrección popular con la
que maximizar el miedo en la sociedad, y especialmente entre quienes se
opongan a su aborrecible y delirante programa político.
Los demofascistas albergan un gran potencial de peligrosidad al tener
una clara disposición a cometer actos de terrorismo a escala masiva si
tienen la más mínima oportunidad para ello, al igual que sucedió con los
neonazis y supremacistas blancos antes mencionados. Sus ideas
políticas, trasladadas a la acción, se concretan, tal y como se puede
comprobar en sus textos, dialéctica y discurso político, en actos de
terrorismo en los que el terror constituye un arma política para el
logro de sus objetivos. En este sentido, los demofascistas están
llevando a cabo su propia guerra irregular que, de momento, se
circunscribe al ámbito mediático y propagandístico, pero que tiene la
clara voluntad y determinación de transformarse en acciones violentas
que sin duda generarán víctimas mortales en caso de materializarse.
Conclusiones
Una de las principales conclusiones que pueden extraerse de todo lo
explicado hasta ahora es que las democracias, al igual que otros
regímenes políticos—como las dictaduras o lo sistemas totalitarios—,
también recurren al terror como instrumento político para llevar a cabo
determinadas medidas de la agenda política del gobierno. En otras
ocasiones, el terror se sustancia en actividades abiertamente criminales
contra la oposición política, tal y como sucede con el terrorismo de
Estado y del cual existen numerosos ejemplos, no sólo en España e
Italia, sino también en otros lugares como Francia o Israel.
En el contexto actual en el que la inmigración ha adquirido una
renovada importancia en el discurso público, las narrativas de
determinados actores políticos han integrado el terror como instrumento
de acción para la consecución de determinados objetivos. El caso de
EE.UU. es bastante ilustrativo, tanto durante la administración de
Eisenhower como la de Trump, particularmente en el segundo mandato de
este último. Así, se busca crear un clima de miedo y hostilidad hacia
los inmigrantes para propiciar su huida de EE.UU., y al mismo tiempo
disuadir las potenciales llegadas de más inmigrantes. Se trata de una
guerra irregular, en esta caso lanzada por las instituciones,
concretamente el gobierno federal, para perturbar a nivel psicológico a
la población inmigrante y crear un estado de ánimo de la opinión pública
hostil hacia este sector de la población o, al menos, indiferente a las
medidas gubernamentales contra la inmigración.
Sin embargo, lo más inquietante es constatar la conexión que existe
entre determinadas ideas—el genocidio blanco, el gran reemplazo, la
teoría conspirativa de Eurabia y la dominación musulmana, etc.—y la
comisión de actos terroristas como los protagonizados por diferentes
individualidades en Nueva Zelanda, Noruega y EE.UU. Así, estas ideas
operan como inductores de dichas acciones terroristas en la medida en
que existe una coherencia entre los medios y los objetivos perseguidos.
La búsqueda de una limpieza étnica con la expulsión o eliminación física
de inmigrantes requiere no sólo la difusión de determinadas ideas, para
lo que se recurre a actos terroristas que atraen la atención del
público general, sino que también implica el uso del terror como un
instrumento político para materializar dichas ideas. No es, entonces,
una casualidad que individuos imbuidos por estas ideas delirantes
recurran a métodos terroristas, pues estos son considerados medios
necesarios y eficaces para expulsar o eliminar a los inmigrantes. La
violencia constituye un instrumento de terror e intimidación, al mismo
tiempo que se busca que esta contribuya al desencadenamiento de una
guerra racial.
Los demofascistas no se alejan en nada de lo antes descrito en la
medida en que comparten las mismas ideas con los protagonistas de los
atentados terroristas comentados. Esto ya ofrece una idea bastante clara
de hacia dónde pueden conducir no sólo las ideas del colectivo de la
RI, que aglutina a los demofascistas españoles, sino también sus
principales líneas de acción política ya explicitadas públicamente. No
se trata de especulaciones, sino de constatar que existe una exaltación
de la violencia al poner como ejemplo a seguir los altercados producidos
en Dublín y Reino Unido en 2023 y 2024. Los demofascistas buscan así
desatar una guerra racial de proporciones continentales con la que
deshacerse de la población inmigrante.
No cabe duda de que los demofascistas consideran el terror un
instrumento válido para el logro de sus objetivos políticos, lo que
indudablemente podría llegar a desembocar en actos terroristas. Existe
una probabilidad elevada de que esto suceda a tenor de sus declaraciones
con llamamientos a utilizar la violencia contra sus detractores y
aquellos que son considerados propiciadores o colaboradores del llamado
genocidio blanco. La confección de listas negras que definan potenciales
objetivos futuros contra los que actuar es muy clarificadora en lo que a
esto se refiere.
Si bien es cierto que las ideas reaccionarias de los demofascistas
son las mismas que las de los grupos e individualidades nazis que
protagonizan acciones de terrorismo como las ya descritas, no hay que
olvidar que las ideas de Rousseau, de las que los demofascistas también
están imbuidos,30
refuerzan esta tendencia a utilizar el terror para la consecución de
sus objetivos políticos, tal y como se pudo comprobar durante la
revolución francesa con la implantación del régimen del terror. En este
sentido, la ideología demofascista y la voluntad de los integrantes de
la RI de lanzar ataques violentos es perfectamente coherente con su
ideología y con sus fines políticos últimos, y entraña el empleo del
terror de una forma sistemática y a escala masiva en la medida en que
existe la intención, explicitada por los propios demofascistas, de
amedrentar a sus enemigos o potenciales detractores, además de crear un
clima hostil para los inmigrantes.
Así pues, los demofascistas no son, todavía, unos terroristas, pero
sí son unos instigadores del terror y del miedo entre quienes consideran
que deben ser expulsados de Europa o linchados por ser colaboradores
del genocidio blanco. Mientras no dispongan de las capacidades
necesarias para lanzar ataques violentos de naturaleza terrorista, se
limitarán a exaltar la violencia y a inducir a otros para que
desarrollen acciones terroristas por ellos. En este sentido, los
demofascistas se están encargando de hacer señalamientos públicos de
quiénes deben ser los objetivos de dicha violencia y terror. Por esta
razón, no es descartable que en el futuro aparezcan individualidades que
decidan, por iniciativa propia pero inducidos por la propaganda
demofascista, emprender dichas acciones y cometer alguna atrocidad
semejante a las de Tarrant, Breivik y otros similares. Si este escenario
llegase a producirse, lo cual sería verdaderamente grave, los
demofascistas serían los responsables intelectuales últimos.
Frente a los demofascistas es necesario estar alerta, pues son muy
dados a señalar, hostigar e intimidar a los que no van en su carro
ideológico o discrepan de sus ideas. Los demofascistas consideran que
denunciar y oponerse a la guerra racial que persiguen es sinónimo de
defender las instituciones y el sistema establecido. Su lógica es la de
“o estás con nosotros, o estás contra nosotros”. No se detienen ante
nada, lo que es debido a que no han recibido la debida respuesta que les
ponga en su sitio. La indiferencia, como es el dejar hacer, resulta
contraproducente en la medida en que envalentona a estos matones que, de
este modo, se sienten legitimados a continuar con sus estrategias
dirigidas a infundir miedo. Al igual que las malas hierbas, si se les
deja crecer se convierten en un problema grave de difícil solución. Por
esta razón es importante anticiparse, denunciar públicamente sus ideas,
tácticas y objetivos que ni siquiera se molestan en disimular, y tomar
las correspondientes precauciones, porque sus intenciones son
absolutamente destructivas, además de deplorables. Hay que permanecer
alerta, no bajar la guardia, y responder debidamente a sus hostilidades.
Esteban Vidal
Fuente: https://puntossobrelasies.com/demofascismo-y-terrorismo/
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